Está aquel feakie, Dantés, en el mundo de la música; Está sa nina Munar en la esfera de la higiene democrática; están Blanco en la doctrina política y Rubalcaba en la sinceridad. Y está por fin Marina en la filosofía. Lo presentan como filósofo. No como profesor de filosofía, como filósofo. Y él se deja.
Su Ética para náufragos se dejaba leer. Luego cayó en mis manos una cosa de lo más superficial que se quería profunda, una cosa roma que se quería aguda, unas páginas sobre la voluntad perdida, creo, donde los protagonistas eran él mismo y una becaria o secretaria. Sé que no soy muy preciso, pero el ladrillo era digno de olvido. Me juré que nunca más un euro mío iría a parar a los bolsillos del maestro Ciruela.
Hete aquí que el náufrago de la ética, el que negó el derecho de los alumnos a objetar en conciencia a Educación para la ciudadanía, firma un libro de texto de la asignatura. Que no desespere; aunque triunfe la objeción masiva, que sería lo deseable, siempre le queda la posibilidad de que el ministerio obligue a todos a comprar el libro. O que adquiera directamente, sin tapujos, la cantidad que Marina preveía vender antes de que una cosa que se llama libertad de conciencia se interpusiera en la autopista de sus expectativas, basadas en el mercado cautivo, en la compre obligatoria.
Y hablando de compras, cuenta Marina a los niños que inteligente es aquel que no compra más de lo que necesita. Así que los objetores se muestran sumamente inteligentes. Parece mentira que este hombre haya impartido doctrina a empresarios y altos directivos. No se le ha pegado nada.
A ver, hombre, ¿quién decide los límites de lo necesario? ¿Es necesaria, qué sé yo, esa corbata que lleva? A efectos de consumo, una necesidad es la carencia sentida de algo. O lo que es igual, algo es necesario en la medida en que se siente necesario. Por eso el marketing, muy sabiamente, trata por igual necesidades y deseos. Las jeremiadas anticonsumistas pueden tener dos finales: no servir de nada –que por fortuna es lo más probable–, o bien convencer a muchos, contraer la demanda y perjudicar a la economía, es decir, a todos. A fin de cuentas, filósofo, Diógenes no necesitaba ni cacillo para el agua porque siempre podía usar la mano.
El libro rojo de Marina incluye desahogos de teólogo de la liberación, de guerrillero, de gobernante psicópata: “Necesitamos que la sociedad sea feliz”, suelta. Pues nada, hombre, aporte su grano de arena y no nos maree.